Todos los años Stephen Hawking se pasa un mesecito o así por aquí, para currar con su muy mejor amigo Kip Thorne (el físico con nombre de héroe pulp), y me imagino que para que le dé un poco el sol, que Cambridge no es precisamente el sitio para ponerse morenito. Cada vez que viene da un par de charlas, es decir, la misma charla (que ya le cuesta al hombre preparar una) en dos sesiones, una para alumnos de Caltech y otra abierta el público (para la que se suele formar una cola que da miedo).
El primer año, obviamente, ahí estábamos todos los recién llegados. La cosa decepciona un poco: entre que la máquina habla despacio, que el hombre tiene que ir dándole al botón de “siguiente frase” (imagino que podrían poner todo del tirón, pero que el hombre quiere sentirse parte activa), que a veces hay que reajustarle el sensor que le mide el movimiento del músculo de la mejilla, y que suele rebajar el contenido científico hasta que la cosa queda de lo más descafinada, la cosa tiene más valor por la experiencia de verlo que por la charla en sí. La mayoría de los años da otra charla, exclusiva para el grupo de teoría del departamento de astrofísica, donde sí que explica ciencia a buen nivel, y la gente puede hacerle preguntas (que tarda en responder diez minutos) y demás. Se enteran cuatro, claro.
Este año, al parecer, la charla para el gran público ha estado mejor de lo habitual, porque ha contado cosas de su vida en vez de centrarse en la ciencia, y el hombre además tiene bastante sentido del humor (que ya es mérito); me la he perdido porque teníamos otro simposio liado, que no se puede estar en todo.
Comentando el pobre aspecto que tiene, lo milagroso de su supervivencia (los médicos le dieron tres años de vida hace ya casi cincuenta años) y lo complicado de comunicarse con él (según sus alumnos de doctorado, lo que más falta hace para trabajar con él es paciencia), a alguien se le ocurrió la salvajada: si Hawking hubiera perdido la cabeza hace años, ¿cuánta gente tendría que estar en el ajo para que no se hubiera enterado nadie? Porque, bien mirado, motivos tampoco faltarían:
A los estudiantes de doctorado nuevos los mayores les explicarían la situación: tienes que trabajar por tu cuenta, o con otros profesores, o con el resto de alumnos, y no decirle nada a nadie. Tienes que programar la máquina que le hace hablar, fingir que le entiendes cuando pasa algo raro, hacer como que ajustas el láser que le lee los movimientos. Aparentar normalidad. Te puedes chivar, claro, pero ¿de verdad no quieres un doctorado con Hawking?
Algún profesor de Cambridge estaría enterado, probablemente, pero ¿quién quiere perder al científico más famoso de los últimos cincuenta años, una fuente segura de publicidad y financiación? ¿Quién no va a echarle un capote a sus alumnos por mantener la situación?
La familia y posibles herederos, lo mismo, cuanto más libros saque, a más toca cada uno.
Tendrían que ser no sólo unos mentirosos finísimos, sino unos cabrones de cuidado, pero no creo que tuvieran que ser muchos.