La venganza del Hindenburg

Hace un par de semanas, con el final del segundo trimestre, tuvo lugar una de las pequeñas tradiciones de Caltech. Una de las asignaturas del grado (bachelor, que le llaman), llamada “Laboratorio de de diseño de ingeniería” (más conocida por su código, ME 72), tiene como parte fundamental el construir un artefacto mecánico, actuado con radiocontrol, y diseñado para llevar a cabo una tarea. La gracia está en que los diversos diseños participan en una competición, con gran éxito de crítica y público.

Hay reglas que se mantienen cada año, más que nada porque todo sigue siendo una asignatura. Los diseños están limitados en el número de piezas (motores, elementos de radiocontrol, cantidad de material) con lo cual hay que estrujarse la cabeza para lograr un robot versátil y resistente. Todas las piezas han sido fabricadas por los alumnos, lo que lleva su tiempo (doy fe: he estado usando bastante  el taller del departamento de ingeniería mecánica últimamente, y los alumnos estaban ahí TODO el día, TODOS los días, hasta el punto de que era difícil encontrar un torno libre).

Hace dos años la competición era una lucha estilo sumo. El año pasado los robots tenían que recoger bolas que flotaban en un estanque, salir, y llevarlas a un punto en conreto. Este año recibía el nombre Revenge of the Hindenburg, y obviamente involucraba construir un zepelín.

La competición tenía lugar tanto en tierra como en aire, en rondas eliminatorias, uno contra uno. La parte aérea consistía en hacer pasar al zepelín por un de los aros colocados a tal efecto, lo que valía una serie de puntos (nota: no tuve cojones de enterarme de cuánto valía cada cosa), y luego aterrizar en una zona designada, que también valía puntos. Existía la posibilidad de que cuando un grupo acababa antes que el otro usara a su dirigible para impedirle el paso al contrario (lo que estaba permitido; estas cosas son además, para que nos vamos a engañar, la parte más divertida de la competición).

La tarea resultó relativamente fácil, y todos los diseños eran muy parecidos. Las diferencias entre los zepelines eran mínimas, salvo alguna variación en el tamaño, y todos funcionaron bien. Era normal conseguir todos los puntos.

La parte terrestre era más compleja, y era donde de verdad se cortaba el bacalao. El primer paso era recoger una serie de bolas de ping pong, de distinto color (blanco o naranja) para cada equipo. Estaban situadas a dos alturas diferentes, y las más altas valían doble (tenían un 2 escrito).

El mero hecho de recoger bolas, cayendo desde esta altura cada una para su lado, no era nada fácil, y la mayoría acababan por el suelo, especialmente visto el tamaño de los robots (recordemos: el material está limitado), porque siempre tenías al rival empujándote con el suyo cuando intentabas cogerlas (de nuevo, la parte más graciosa de todo, con el público animando siempre que había guantazos).

Una vez recogidas las bolas había dos opciones. Meterlas en el correspondiente agujero en la plataforma de la foto (por una serie de puntos por bola), o lograr subirlas la red, por más puntos. El mero hecho de subir a la plataforma ya tenía su mérito, así que se puede uno imaginar lo de la red. En la foto se ve a un robot empujando a otro dentro del agujero, para evitar que vaya a por más bolas.

Dado que la tarea era más compleja, y que no había un diseño tan claro como en el caso del dirigible, aquí se vieron soluciones de todos los colores. Hubo quien optó por dos robots pequeños, mientras que otros grupos usaron sólo uno grande. Hubo muchos esfuerzos por recoger las pelotas, desde redes a uno parecido a un pequeño recogedor de los de barrer.

Hubo incluso quien, con el material sobrante del zepelín, intentó fabricar un robot vagamente antropomórfico, que no resultó el más estable, como se observa (no muy bien, todo sea dicho) en la foto.

Una de las cosas más curiosas es ver cómo, en breves minutos, todo el mundo se transforma en un comentarista digno del Carrusel Deportivo. Como si llevara toda la vida viendo robots acarrear bolitas: Hombre, está claro que esa estrategia no es la más adecuada, el robot no es estable y es muy difícil controlarlo. Está claro que opinar es gratis.

Lo más normal, vistos ya un par de años, es que gane un robot simple, pero robusto, y normalmente también agresivo, como el de un equipo cuya estrategia era agarrar un par de bolas, conseguir los puntos, y luego impedir que el adversario pueda subirse en la plataforma. La versión robótica del cattenaccio. Pero esta vez hubo sorpresa: un robot que por fuera parecía poco más que una caja abierta por la parte de arriba (útil tanto para recoger bolas como para ser muy estable) y que luego, ahí está la maravilla, las disparaba como si tuviera una catapulta dentro (no pude ver el sistema que usaba, pero esa era la impresión que daba). No sé cuantas horas habrían ensayado para saber cómo de lejos tenían que ponerlo, pero las colaba en la red con una facilidad tremenda. Muy impresionante, la verdad, y suficiente para llevar a su equipo hasta la victoria.

La recompensa: la fama, la gloria, y al menos una A garantizada como nota de la asignatura.

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2 Responses to “La venganza del Hindenburg”

  1. Gerardo Says:

    Qué bueno, Paco.

  2. Una asignatura cualquiera en el Caltech Says:

    […] Una asignatura cualquiera en el Caltech  comoelagua.wordpress.com/2010/04/08/la-venganza-del-hindenburg/  por Asumido hace 5 segundos […]

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